A Media Luna – Angely Luna Martinez

Angely Luna Martinez is a senior double majoring in Communication Studies and Spanish. She is from San Juan, Puerto Rico. She has been working on this narrative, “A Media Luna” since high school. Written in Spanish and set in San Juan, the narrative relates the reality of a young Puerto Rican girl and her family lineage. Angely was nominated by Professor Dianne Moneypenny, who writes, “As a female, Latina, soccer player, and intellectual, Angely has a unique and powerful voice that should be heard.”

 Angely offers this introduction to her narrative in Spanish: Esta narrativa solo enseña una parte de lo que he estado trabajando y lo que espero algún día publicar. Empecé a trabajar en ella en escuela superior y luego se la presenté al Profesor Julien Simon. Está escrita en Español y toma lugar en San Juan, Puerto Rico donde aspiro a ir en detalle sobre la realidad de la identidad del puertorriqueño a través de la protagonista de una joven puertorriqueña y su familia. 

 

 

A Media Luna

de todo un poco y de poco a todo…

 

Las luces se apagan en mi casa y empieza la pelea. Se olvidaron de pagar energía eléctrica otra vez. Me traen café a la cama y apenas veo el azúcar cuando la menean. Abuelo siempre supo que es lo único que me hace feliz o al menos despertar. El café se ha vuelto parte de mi cultura y costumbre, gran parte de mi día a día. Siempre dejamos espacio para el café en las mañanas y luego de la cena.

Parece ser que de generación tras generación estamos programados al café corriendo por las venas.

“¿Pero abuelo, porque tú te tomas el café así?” dije mientras veía que su taza estaba atestada con lo puro.

“Para que los dientes se me pongan más negros niñita” respondió el sonriendo, confirmando lo dicho.

El café, una de las pocas cosas que todavía podemos decir que es de aquí. Ya mismo el aire será importado también. El mismo aire que nos mantiene vivos, pero no nos da vida viviendo aquí. Suelo pensar en cómo fue que llegamos aquí, cómo es que está establecida la hora, el tiempo y el lugar. ¿Quién le dio nombre o importancia? ¿Preguntas sin contestar o contestaciones sin preguntas?  Nos aferramos a la espina que nos inca. ¿Qué pasará cuando el cuchillo nos corte la raíz? Pasan las décadas y los siglos como estaciones del año. Una década más de la misma monotonía. Ya no diferencio los días. Recorren como las páginas que paso de mis libros. Todos escritos de la misma manera. A lo mejor soy un personaje más, de los billones que habitan. Tengo en mi conciencia que una vez que pasa no se olvida. Los recuerdos siempre estarán y quien dicta dicha importancia encuentra en si la felicidad.

“Niñita, siempre habrá otro día”, decía mi abuelo al ver mi batalla.

Sabio y conocedor del mundo, me daba consejos. Se suponía que fuese yo antes que él. Mis días estaban contados pero los de él en contra del reloj.

No me olvido de su mirada, que conectaba para reflejar dominancia. Sus ojos eran del color de la tierra, donde pasó casi todos sus días esclavizado a la cosecha.  Alrededor ellos tenían almohaditas que parecían bolsitas de agua colgando a punto de explotar. Su piel juntita y suave con muchos puntitos el cual no sabías si eran lunares o venas varicosas. Era no tan alto, del tamaño de la puerta de su carrito. Sus brazos con flacidez mostraban que en su juventud fue fuerte y con molleros. Ahora era flaco, tan flaco que podías agarrar su muñeca con el pulgar y el menique.  Me imagino que ya estaba cansado de alimentarse de la misma comida por los pasados setenta y seis años que llevaba aquí. Él me enseñó todo lo que mi padre no pudo. Me enseñó a cuidar de los frutos, absorber cada palabra de los libros y entender las razones de los obstáculos.

Él también combatió en contra de la afición que no lo dejaba dormir en las noches; En contra de un dolor constante y repentino. Un dolor completamente diferente al mío. El recuerdo de su otra mitad. Algunos días, pero no todos, me hablaba sobre ella. Los días los cuales estaba sereno compartía historias y sus ojos brillaban como si estuviera enamorado por primera vez. Los días los cuales arrastraba la lluvia de las nubes, ni su nombre se podía mencionar. Su mirada se quedaba en el retrato de ella que está colgando en la pared del comedor y me pregunto si le hablaba en su mente. La amargura en el comedor era imposible no notar de cuan cargado estaba.

Aquellos días solía escribía en un libro. Cada vez que se le acababan las paginas donde derramaba sus pensamientos, sacaba otro, pero siempre tenían una letra diferente. El día antes de irse, lo vi escribiendo y estaba en la letra X.  Nunca me atreví a preguntarle que escribía o que leía. No me atreví ni acercarme. Era lo único que él tenía que era completamente de él. Aunque nunca los leí, si supe donde los guardaba.

 

Capítulo 2:

Pasé varios días pensando y mirando el cuadro donde colgaba el retrato de ella. Suelo a jugar a tentar con el pensamiento… en el “¿Cómo hubiera sido?”, “¿Qué hubiera sucedido?” de todas mis preguntas sin contestación. Aparentemente me parezco a ella. Dicen que tengo sus ojos y que mi sonrisa es igual de sincera. Mi hermano solía poner una sonrisa parecida también, pero luego forza una de infundio cuando le dan algo que no es de su querer. Una que todos los niños ponen para disfrazar su desquerer de algo. Siempre nos enseñaron a ser agradecidos con lo poco que tenemos y dar las “gracias”. “¿Varito, qué te dije?” le decía mi madre a mi hermano con una mirada firme cada vez que no era agradecido o ponía muecas. Muecas comunes que hasta personas ya con su juventud borrosa ponen. Mi hermano heredo el nombre de mi abuelo. No “Varito”, “Varito” era el apodo de mi hermano. Alvaro Baudilio Luna Hernández se llamaba mi abuelo. Todos le decían “El gran Luna” cada vez que hablaban con él o sobre él. Un casi “dios” en los ojos del pueblo y en los de mi hermano que ni se diga. Siempre tenía una historia diferente por contar y todas en hechos reales. Todavía tengo mis dudas si eran de él o no ya que algunas lo delataban sus cicatrices.

Quisiera poder haber sido parte de su presente y sentir su presencia nuevamente y fresca. Vivir todas esas historias y sentir esa pasión y querer que tanto anhelo por respirar. Acostumbraba a citar a las grandes figuras de Puerto Rico. Nunca escuche que hablara de alguien de los Estados Unidos sin sacarle algo malo al ideal. “Los hechos son sagrados y las opiniones son libres” repetía el. Tanto repitió él esa frase, que ahora cada vez que alguien opina o concibe una idea lo escucho a él como una segunda voz susurrándome la cita. Luis Muñoz Rivera es el sujeto detrás de esa idea, primo de mi Abuela.

Percibí de mi abuelo que fue un político practico con grandes influencias que supo ajustar los reclamos del pueblo a las realidades de su época. Nunca dudé que los ideales de mi abuelo fueran liberales ya que su intención era ser escuchado con voz de lucha.

Todos los otoños nos sentábamos junto a la ventana de la sala, en el sillón crema acurrucados con una sábana y café en mano, escuchando las gotas besar el cristal. Verlas bajar y sucumbirse, luego caen otras encima y se repite. Beso tras beso generando un gran grajeo en la ventana. El petricor, aquel olor que produce la lluvia al caer sobre los suelos secos, eracaer sobre los suelos secos esa al caere sobre los suelos secos es incomprabale. abiola Miranda, Jezmine Lora, Maria Guerrero, incomparable. Las tardes lluviosas, así como esas, por siempre serán mis favoritas. Las nubes grises y el cuarto oscuro era simple y sereno. Me traía felicidad el estar tranquila, en buena compañía y la frialdad de la casa. Abuelo me contaba sobre su pasado, a veces expresaba sus ideas y su forma de pensar hacia diferentes puntos, y otras, leíamos con el murmullo de la lluvia. Mis días perfectos eran así. Me sentía en familia con los cielos, las nubes grises y el sol escondido. Me pregunto si en esos días, el sol se esconde porque peleo con la luna… Los dos no aparecen en todo el día ni noche. Las nubes los esconden y lloran por lo pasado. A veces el llorar es tanto que soplan tan duro para bajar el agua, que crean una tormenta. Los gritos se escuchan lejos y después cerca. Es una afición rara, así como de amor y odio. Es un junte y afecto extraño y único que termina siendo tal para cual.  Aspiro a enamorarme de manera loca y demente que me hunda y me sumerja a otra dimensión y que me llene completamente. Así como la luna y el sol; Así como mi Abuelo y mi Abuela.

 

Capitulo 3:

En un estado de iridiscencia. Se parece a mí, pero esa no soy yo…  Me paro en su recuerdo.

 Me muevo entre sabanas y caigo nuevamente. En ese estado de iridiscencia capturada por la negligencia de las pastillas; entro en delirios reiteradamente.

  “Ven acá, acompáñame, no te quedes sola atrás”, me dijo Alvaro.

Yo estaba entregada, mirando las estrellas y aguantando mi traje hacia abajo para que el aire no viera lo que soplaba. Alvaro paró y le susurro algo en el oído a Andrés que lo hizo desaparecer con Natalia.

“Dime lo que corre allá dentro”, dijo Alvaro acercándose, mirándome a los ojos, y tocando mi cabeza a ver si había alguien allí adentro.

Se sentó en el piso y me jalo la mano haciendo me caer. Empezó reírse y a moverse en el piso al ver el susto que me provoco. Yo caí como una pana en el piso, y como boba, me reí al igual. Me tape la cara mientras me reía para que no viera lo roja que estaba del susto. Mi traje blanco superfició unos puntitos rojos. Me raspé un poco la rodilla al caerme. El paro de reírse cuando vio la mancha roja en el traje. Yo le seguí el juego del susto que le entró y empecé a llorar de mentira. Me tapé la cara para que no viese que estaba riéndome detrás de la mentira…

“Perdón, no pensé que pasaría esto”, dijo él, subiéndome el traje para ver mi rodilla raspada con sangre y tierra.

“Yo… yo no hice esto apropósito. Ven te lo voy a limpiar. No llores Alía. No llores.”, me dijo con su voz corta y suave.

Me sobo los brazos, me aguanto las manos para sacarlas de mi cara y limpiar mis lagrimas inexistentes.  Puse la cara más triste que podía poner. Inhale y exhale rápido como si estuviera llorando todavía. Me tocó la cara suave para limpiarme las lágrimas de mi cachete, pero no había ni una. No pude contener la risa ni la cara triste y tiré todo al barranco. Explotó mi risa y las carcajadas con su gran intriga. No pude parar de reírme. Su cara valía un millón. El abdomen me dolía de tanto reírme.

 “Era un chiste”, le dije riéndome, viéndolo pararse molesto.

Empezó a caminar y dijo,

“Alía no me hagas eso, me asusté, pensé que iba a ser algo grave. Lo menos que quiero es herirte y sin culpa lo hice”.

“Todos los hombres lo hacen inconscientemente” dije entre dientes, en voz baja sin él oírlo. “Alvaro no seas bobo y ven acá, ya pasó” le dije mientras me paraba frente al cuerpo de agua preguntándome que habitaba allá dentro.

Caminó hacia mí y me recogió la mano suavemente y la besó. Me echó los pelitos que estaban guindándome en la frente y me los puso detrás de la oreja de forma delicada.

“Hay que animar esa rodilla para que no se te caiga. Qué tal si nos metemos al rio”, dijo él sonriendo como si tuviera mil pensamientos corriendo por la cabeza a la vez.

¿Tú te has vuelto loco? Tú no sabes lo que hay allá adentro. No sabes quién está aquí. No sabes lo que pase…No.”

“Entonces vas a vivir con miedo, nunca vas a poder disfrutar. Vamos” dijo el interrumpiéndome.

Me acordó a las muchas veces que él ha usado esa frase a su favor. Me recuerdo como si fuese ayer de aquella vez que salimos con todos sus amigos mientras Natalia y yo nos quedamos sentadas viendo el espectáculo que tenían. Se montó en un caballo cerrero con su mejor amigo Andrés y se sujetaron de él como si no hubiese mañana. No pude ni mirar aquella locura que hicieron aquellos dos ese día.

“Dale Alía, ven no seas tan necia… ¿Te vas a quedar ahí sola?” me dijo mientras se quitaba la ropa y me bailaba para hacerme reír.

“Ay ay ay, ¿Ahora bailamos también?” le dije riéndome y mirando al agua.

“Vive y para de cuestionar. No seas tan seria porque si no te vas a poner vieja antes de tiempo. Anda, que me meto al agua sin ti.”

Se quitó la camisa sabiendo que me iba ganar poco a poco. Vino hacia donde mi y me dio un beso, hipnotizándome como siempre lo hace. Me aguantó la mano y luego la soltó corriendo hacia el río.

“Lo que yo hago por ti” grité al ver que iba caminando hacia el rio sin mí. Me quité las sandalias quedándome descalza, tocando la acera fría.

“No puedo, ayúdame” le dije buscando una razón para que me ayudara y volviera hacia mí.

Me movió el pelo para al lado y me desvistió. Tocó mi espalda suave que creo un corrientaso dentro de mí, me desamarró y me eché hacia delante, aguantando todo mientras me reía.

“Tú siempre busca la manera de chavar, ¿ah?”

Corrió hacia el rio y gritó “La noche es larga”.

Se bajó el calzoncillo quedándose plenamente desnudo enseñándome sus dos hinchas nalgas. No pude hacer más nada que reírme. Me quité el traje y corrí hacia el rio con él.

Brinqué y desperté. Todas las sabanas cayeron al piso. Pesadillas derramadas en la almohada. Aguanté la almohada con las dos manos, la meneé y puse la parte que estaba boca abajo, ahora boca arriba. Costumbres viejas, de esas que me enseño Abuelo, para hacer las pesadillas desaparecer y este mundo paralelo desvanecer. Toqué el suelo frio y los dedos de los pies hicieron su bailecito tratando de no enfriarse. Me recogí el pelo con el moño que tenía en la mano derecha mientras caminaba hacia la ventana.

 

Capitulo 4 :

Las paredes de la casa de mi Abuelo están pintadas como murales y encima de la pintura llevan tinta de picardía, los versos ardientes que toman lugar en las publicaciones de mi Abuela. Sus murales las tengo como fotos en mi memoria. Me he leído todas sus publicaciones, poemas y escritos que dejó sin publicar.

A veces, mirando su retrato, pienso que todavía escondía lo que verdaderamente quería decir en sus escritos. En ocasiones, Abuelo me explicaba cuando le preguntaba, y otras sonreía y decía “no sé” escondiendo la verdad.

Me sentía como si la conociera, la sentía cerca cada vez que leía algo escrito por ella. Me picaba la duda por dentro en no saber que decían los libros que le dejó ella a mi abuelo. Debatí en abrir el cofre. Era como un baúl, pero más pequeño. Traté de cargarlo, pero ni se movió. Mi mamá me dijo que volvía a las 7pm de su caminata y ya eran las 6:37. Busqué la macana que estaba al frente del balcón, la que usaban para cortar las raíces de los arboles que se pegaban a las ventanas. Pesaba más que mi hermano cuando era bebé. Arrastre la macana por el piso hasta llegar al cofre en su cuarto. Aguanté la macana con las dos manos y le di al candado, el cual se resbalo y me abrió una herida en el brazo, salpicando gotas de sangre. Aguanté la macana nuevamente con las dos manos otra vez, y moví la macana para al frente y para atrás del candado rompiendo el candado en mitad. No me dolía la herida, no me dolía nada, así que seguí. Era el último día antes de irnos de casa de Abuelo, reposeída por el Banco. Abrí el cofre y tenía un mantel encima de todos los libros, papeles y documentos. Saqué el primer libro que vi, color azul, mi favorito. Decía “Diario A” en la parte de al frente y en letras pequeñas decía el nombre de mi abuela “Alía Colón Hernández”. Sonreí.

 17, de febrero del 2002

¿Alguna vez han sentido una falta de aire inmensa?

¿Como de momento o impredecible?

¿Que a veces dura días y semanas?

Sientes que el corazón derrama gotas de sangre allá dentro

y que tu mismo cuerpo pelea con la muerte que cargas.

Aunque siga latiendo, se descompone,

con los cuchillazos y balazos

de la inesperada reminiscencia.

El cielo cerúleo, pero el filtro,

ahora reprogramado, solo suelta humo y cenizas.

Retiemblas junto a la sabana,

eterna compañía, que no termina en cesar el frío.

Parece ser sin fin

la añoranza más vulnerable,

de aquellos que juran y oran por

una esperanza inobtenible.

Una felicidad inoportuna,

opacada jugando al escondite,

tropezándose con espejos

que reflejan la ausencia

y las ojeras de un mar sin agua.

El viento no sopla,

mientras que el enfoque

no se torna, y continua.

Camina, recorre, nada

en el mismo pozo,

encerrada allá dentro

de un latido muerto.

 Al pasar la página sentí mi pie mojado y miré hacia abajo. Había ya un charco en el piso, pero no veía bien. Escuché la puerta de la entrada abrirse. Me sentía mareada cuando tomé el primer paso y caí en el segundo al piso. “Niñita” decían las paredes en eco.

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Celebration of Student Writing 2021 Copyright © by Kelly Blewett; Kristie Marcum; and Tanya Perkins. All Rights Reserved.

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